miércoles, 28 de junio de 2017

Incluso en tiempos de antifaz se te cuela la canción en tu tiempo biográfico. La canción dice biológicamente --me dijo una vez Claudio Peñaloza--. Te atraviesa como si te hubieras olvidado, como si la posibilidad se transformara en rinconcito de misteriosa celebración.. Cada letra se reinstala, se quiebra en el lugar de la duda, en la certeza anestesiada de una acostumbrada continuidad. Te traen mensajes de lo que habías dejado atrás. Te señala, te hace cómplice de un recreo. Te deja un poco mudo, convoca a los santos y mártires de las soledades disimuladas a plantar batalla, a dejarte arrastrar por una inmortalidad del presente. Es un puñal de flores, una llamita que late en los dedos, una ciénaga de palabras mareadas, un nuevo equilibrio de las cosas. Le avisa --o le advierte -- a la historia, de su sueño cuotificado por encuentros. Estas rodeado. Los sonidos están retumbando en la pileta en la que te descubrís solo, de noche, repitiendo la versión esa de que "el tacto", la epidermis, es la única verdad de la cosas. Te metes en el agua y empiezan a confundirse todos las voces, sus marcas, sus tonos y, sobre todo, su silencio. Ahí, en el paréntesis ves como los días se desploman. Y el silencio se hace cómplice.

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