martes, 24 de diciembre de 2019

Luminaria, nacimiento y esperanza
Jorge Elbaum 





Los judíos celebran Janucá como la rememoración del triunfo militar de unos combatientes, los macabeos, contra la ocupación imperial de los seléucidas (en el año 167 antes de Cristo). Los seléucidas --descendientes de los Estados Griegos y de Alejandro Magno-- invadieron Judea y prohibieron el culto monoteísta. Janucá rememora el triunfo contra la ocupación, conseguida gracias a la utilización de las prácticas de guerrilla utilizadas por los macabeos. Ieshua (o Jesús, por su nombre latinizado) habría nacido en la proximidad temporal de dicha celebración de victoria. Pero bajo una nueva ocupación, la de los romanos. Los macabeos eran los enemigos de los fariseos y acusaban a estos últimos de beneficiar y negociar con los ocupantes. (Algo parecido al cipayismo vernáculo). En la tradición católica, los macabeos --Matitiahu, Simón, Yehuda y Yonatan-- son considerados mártires y su recordación es el 1 de agosto.
Estos dos acontecimientos, más allá de su impronta mítica y/o histórica, remiten a la lucha contra el colonialismo en sus dos diferentes formas básicas y articuladas. El que oprime desde la ocupación territorial y el que sojuzga desde la alienación cultural y simbólica.
Hay muchas formas de ser esclavo: con cadenas en los pies o con sometimientos subjetivos. Aceptando el mandato del opresor, justificando sus dictados o atestiguando formas múltiples de rebelión y dignidad.
En las 8 velas de Janucá y en el nacimiento de un niño perseguido por las leyes imperiales hay resistencia al opresor. Hay huellas de liberación. Hay invitaciones a abandonar la servidumbre.
Las fiestas siempre tienen un carácter bifronte. Reminiscencias de esos orígenes libérrimos y rituales del paso del tiempo. Certificaciones de mojones de vida más en el efímero lapso biográfico.
Las fiestas de fin de año, para muchos, aceleran el loop de una escena melancólica de fotos, adioses y bienvenidas. Pero también pactan un nuevo contrato con el futuro, con su espacio abierto, con sus compromisos de ser mejores, más buenxs, más justxs.
Las fiestas actualizan el presente. Dialogan con un tiempo que se presenta a sí mismo como punto y aparte. Como recomienzo. Una forma de limpieza sobre residuos de lo que fuimos a pesar nuestro. E incluso contra nostroxs mismos.
El carácter dicotómico de las fiestas mira en el intersticio de quien ríe en el mismo momento que siente el sabor salado de algunas lágrimas invisibles.
La Janucá celebra la Victoria. Dice “volvimos”, “vencimos”. No pudieron con nostroxs. Y la Navidad es lo que viene: el anhelo de un desafío vital a ser construido en forma colectiva.
Sabemos que quienes sufrieron estos 4 años renacen por duplicado. Por amanecer de esperanza y por coraje sucedido.
A todxs se nos ocurrirán nombres a la hora celebratoria del brindis. Apelativos sólo conocidos por nosotrxs e historias pasadas que no serán de la partida. Sumados a mis seres queridos yo voy a mirar su foto en la repisa. Y voy a agradecerle su fortaleza ejemplificadora. Porque a pesar de la persecución a su hija, del hostigamiento carcelario y de las miles de operaciones farsescas, no abandonó sus convicciones y se mantuvo entera, lúcida y maravillosamente desafiante. Junto a todxs nostroxs. Junto a su pueblo.
La octava vela de janucá se prenderá por ella.