martes, 26 de julio de 2016

Haydée. La Yeyé sabía. 

El 26 de julio de 1952 falleció Evita. Un año después, Fidel y una centena de revolucionarios intenta tomar dos unidades militares como parte de la lucha contra la dictadura genocida de Fulgencio Batista. A partir de ese hecho nació el Movimiento 26 de julio que logró la victoria revolucionaria en 1959. Mucha gente conoce "La Historia me absolverá", el discurso enunciado por Fidel posterior al Moncada, cuando fue condenado. Pero menos conocen a una guerrillera limpia como la leche materna, que combatió a su lado y que se nos fué prematuramente un 28 de julio de 1980. Fue tan tan lúcida y tan luminosa, que de solo nombrarla vienen desfilando --de a miles-- todos los seres auténticamente generosos de la historia. Pero vienen, destrozados, para llorarla sin consuelo. Cuando era pibe me miraba en Yeyé y me leía en su Casa de las Américas. Todavía me alumbra. (jne)



26 de Julio: Despedida de Evita. 64 años después.
¿Sabrían acaso el dolor de la humildad dolida? ¿Podrían arraigar su carne en el maravilloso resentimiento de una pasión política? No pueden. No podrían. No van a entender nunca de ardores barriales regados con mateadas y humos de parrilla, ni escucharán nunca palabras con jirones de gritos y victoria. No saltarán como nosotros en las calles, ni lloraran amores de discursos o felicidades de pueblitos postergados. No sentirán una consigna clavada en ninguna lágrima de ningún ojo. Ni podrán emocionarse con despedidas trágicas de seres inmensos. No sentirán nada --estarán vacíos, desiertos muertos de historia-- en relación a la solidaridad del abrazo suburbano. No comprenderán la alabanza sacra y limpia de compartir la carencia. No lograrán intuir la belleza del amor que supone restañar heridas. No conversarán con los más dolidos ni aprenderán de ellos. No cantarán a coro las revanchas de los despreciados del mundo. No estarán del lado de los rotos ni construirán con sudores de sol, ladrillo por ladrillo, las horas esforzadas de su honrado trabajo. No sentirán que son parte de un grito inmenso ni lograran "ser" en colectivo. No se sensibilizarán ante el olvido, ni ante nuestros muertos luminosos, ni festejarán con llanto lúcido y compartido, nuestras dignísimas y dolorosas derrotas. No masticarán el desprecio a los cipayos del mundo ni objetivarán a la oligarquía (y a los poderosos) como la lacra miserable de la biografìa del planeta. No podrán --en síntesis-- hermanarse con múltiples cuerpos cansados, en sus formas diversas, humanas y primigenias, de la historia misma. Pobre mezquina gente: estarán condenados y deshabitados. Y tendrán como pena, como sufrimiento perpetuo --entre otros-- la imposibilidad maravillosa de amar a Evita. (jne)
https://youtu.be/L--FrXr_A2w