domingo, 10 de diciembre de 2017

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21 de agosto del 2005

La violencia como identidad

Por Jorge Elbaum *

Preguntarse sobre las relaciones entre la juventud y la violencia quizá remita a reflexionar sobre las formas en que se es joven en la actualidad. O sobre el clima de ingreso a la adultez en el que están insertos los adolescentes. Supone hacerse preguntas como las siguientes: ¿cuáles son los factores que hacen que algunos chicos/chicas se incorporen a grupos cuya característica identitaria fundamental es compartir hechos de prepotencia, provocación, agresión y violencia? ¿Cuál es la causa por la que determinadas grupalidades, como los skinheads de derecha, reclutan adeptos dentro de nuestra sociedad? ¿Quiénes son las víctimas de la violencia? La primera de las preguntas refiere a climas de época: es indudable que la violencia se ha transformado en una “vecina” aceptable. La violencia material y simbólica inunda la vida cotidiana y es ampliada como noticia por los medios hasta el borde del disfrute sádico y obsceno. La violencia se ha naturalizado como función equivocadamente expresiva y algunos jóvenes creen ver en su despliegue una forma de afirmación en el mundo, una forma de pelear por algo y contra algo (que además puede permitirles una supuesta constatación de éxito). La violencia cotidiana, urbana, se ha transformado en una constante no cuestionada cultural ni socialmente, y algunos jóvenes recurren a ella para encontrar un reconocimiento social que no logran alcanzar por otros medios. Los skin recurren a múltiples “textos” y relatos sociales donde la discriminación, la inferiorización, el antisemitismo, el odio a los inmigrantes o a los aborígenes son parte del lenguaje cotidiano muchas veces escondido detrás de lo “políticamente correcto”. Las entrevistas en profundidad realizadas a skin de derecha (no todos los cabezas rapadas son fascistas: algunos son confesadamente pacifistas –los sharp–, o de izquierda –los red skin–) demuestran que el reclutamiento de jóvenes a sus filas se produce como resultado de la carencia de referentes adultos confiables y creíbles; por la incapacidad familiar para generar un tránsito adecuado de la pubertad a la juventud; por la canalización de ideologías discriminatorias incorporadas durante la infancia; y por necesidad de contar con un grupo de pares que brinde seguridad, confianza, respaldo y defensa frente a un mundo que consideran violento y al que hay que, suponen, enfrentar con violencia. Otro de los factores asociados al reclutamiento es el hecho de que identifican la violencia como una forma más exitosa de reconocimiento social: como los skin quieren poseer una identidad fuerte, creen que la irrupción violenta y su difusión mediática les garantiza una existencia social más plena que otras formas expresivas. Los cabezas rapadas locales suelen pertenecer a los estratos medios bajos y poseen un discurso pseudonacionalista que los hace reclutables por parte de las diversas y minoritarias organizaciones falangistas locales. De hecho, un porcentaje de la militancia de esas sectas nazis hace su tránsito inicial por grupos skin, incorporando la fraseología del “orgullo oi” y el physique du rol brutal de una supuesta superioridad que consideran indudable. La literatura en la que se inician mezcla fanzines distribuidos en el Parque Rivadavia o en galerías del Barrio de Belgrano, letras de canciones en donde se relatan triunfos raciales o impresiones de portales de Internet en los que siempre hay enemigos dignos de ser golpeados o juegos donde las víctimas pueden ser gaseadas, exterminadas o humilladas públicamente. Los grupos a los que consideran sus enemigos jurados son las minorías étnicas, religiosas o sexuales. De esta manera, relacionalmente, creen que son superiores a alguien. Se sienten portadores de un lugar de preponderancia frente a los otros y “comprueban” que son alguien en el mundo. Desprecian intuitivamente toda diferencia y configuran el mundo como un lugar jerárquico donde hay dominantes y dominados, ubicándose ellos en el lugar supremo. Creen que la desaparición de las jerarquías y la aceptación de las diferencias constituyen un peligro indudable para su existencia social.
Los hechos recientes y la larga lista de violencias urbanas practicadas por estos grupos exigen en principio diferenciar las tribus y no culpabilizar a los jóvenes en general de lo actuado por un grupo de ellos. Implica además cuestionar los discursos discriminatorios que no son sólo juveniles, aunque utilizan como fuerza de choque a este grupo etario. Supone, también, insertar dentro del sistema educativo y de los debates familiares el reconocimiento de las diferentes tribus juveniles, sus características y sus proyecciones, desmontando las creencias vulgares de que todo agrupamiento juvenil (las tribus) es de por sí peligroso, valorizando al mismo tiempo aquellos rasgos culturales que portan estandartes artísticos, solidarios y expresivos donde lo humanitario, lo equitativo, lo erótico y lo pacificador tienen un lugar, una proyección en los sujetos y una utopía de realización comunitaria.
La sociedad debe estar siempre preparada para enfrentar el huevo de la serpiente o La Peste, en la versión de Albert Camus. Uno nunca sabe dónde los discursos sádicos del disfrute del dolor del otro tienen espacio para su reproducción y su ampliación. Por eso, frente a la omnipresente historia de las persecuciones y los genocidios, nunca serán muchas las acciones que den cuenta de quienes legitiman la muerte, la discriminación y la violencia como forma de construcción y destrucción social.

* Sociólogo, docente e investigador sobre problemáticas sociales y culturales.