Yo que había asistido al parto de lo que fui
y que me quedé extasiado viendo el duelo de ese llanto amniótico.
Yo que había sido certero de pasiones en cordilleras, peleas y bibliotecas
vengo a saber hoy de pájaros en rutina ácida.
Yo que había corrido miles de llantos, uno por uno,
que había hecho un buen teatro de retiros sin despedidas
y que había inaugurado el refugio de los libros secretos.
Yo, ese yo casi parco y orgulloso, desconfiado y por primera vez, ante mi mismo: sin pleitesías, ni sacramentos, ni vergüenzas, digo:
Yo, que nombré voces de la primera persona del singular,
mientras pensaba en plural como orgía de palabras.
Yo, que acompañé atento, a mi biografía cruzada por la Historia,
y que invoqué las palabras profanas de un adiós a medias.
Yo que perjuré de mi vuelta en un tibio trazo de oleo amarillo
esculpido con incendios.
Yo que traigo este desorden de significados para vos, o para alguien,
que haga de esto, por fin, un tenue y fuerte poema honesto.
Yo que transité una a una las ciénagas del pretendidas de cada cielo
declaro
otra vez
a la poesía
como mi única e indefectible tumba.